FRIAS

Burgos

La herencia medieval de Frías empieza por el espectacular castillo que corona el cerro de la Muela y hace de emblema de la villa. Pero el pueblo burgalés, que vivió su esplendor a partir de 1200, también retiene su sabor histórico en un casco urbano que se asoma al precipicio.

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A los romanos ya les pareció este un lugar ideal para salvar el Ebro y llevar las calzadas imperiales hacia el Cantábrico. Ellos construyeron un puente que sería rehecho en el Medievo, cuando Frías empezaba a meter la cabeza en la historia y era lugar de paso obligado para comerciantes y pastores.

Según parece, pudo existir aquí una fortaleza en el siglo IX, pero será durante las trifulcas entre Castilla y Navarra cuando el lugar adquiera cierta importancia defensiva. Su desarrollo, sin embargo, va a quedar lastrado por el avance de la Reconquista hacia el sur y el movimiento de los campesinos a la búsqueda de lugares mejores. Ese estado de semiabandono del territorio no va a cambiar hasta que Alfonso VIII impulse su repoblación.

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El monarca otorga fuero a Frías en 1202, pero resulta que los privilegios son mayores para los habitantes de la Muela. Así que, aunque las condiciones para vivir son mejores en la parte baja, las casas más apreciadas son las de arriba, que se van apiñando para aprovechar el escaso espacio disponible. Abajo se instalarán los nuevos habitantes que van llegando a la villa, entre los que hay un considerable número de judíos atraídos por la prosperidad de la población.

Porque Frías crece con rapidez. Cuenta con sólidas murallas, un mercado, un puente muy transitado, la iglesia fortificada de San Vicente, el convento de Vadillo y un flamante castillo que domina el valle y hace de bastión para todo el territorio. Al puente se le añadirá una torre central para el cobro del pontazgo, un tributo que han de pagar quienes lo cruzan y que sirve para sufragar las frecuentes obras de reparación.

Pero con el siglo XV las cosas van a cambiar bruscamente. El rey Juan II otorga a Frías la condición de ciudad y la deja en manos del conde de Haro, que no respeta los privilegios recogidos en el viejo fuero. Asfixiada por los impuestos y los abusos del nuevo señor, la población acaba rebelándose, pero es sometida por la fuerza y no podrá librarse del régimen señorial hasta cientos de años después.

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La estampa del castillo que parece brotar de la misma roca y domina el valle sigue resultando hoy impresionante. Un puente levadizo salva el foso y conduce, entre almenas, saeteras y troneras, al interior de la fortificación, donde espera el viejo patio de armas. Pero es la torre del homenaje, encaramada al punto más alto como último baluarte defensivo, el mayor impacto visual de una fortaleza que está entre las más majestuosas de toda Castilla.

Quizá esa hipnótica torre reste al puente algo del protagonismo que merecerían sus 143 metros, su sorprendente estado de conservación y una larga historia que arranca en tiempos de la dominación romana. Pero es que hay todavía un tercer icono que reclama atención en este lugar.

En lo alto del peñón de la Muela, la trama medieval fue en su día empujando las viviendas hacia el borde del abismo, y allí continúan. Apoyadas unas en otras, las casas colgadas de Frías sostienen su estructura de toba y madera frente al vacío, y rematan la peculiar fisonomía de un pueblo que no figura por casualidad en la lista de los más bonitos de España. A pesar de ser una ciudad.

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