Y lo cierto es que la colegiata y su campanario están vinculados a algunas creencias mágicas. En esta región existía un terror ancestral a las tormentas, y para evitarlas nacieron los esconjuraderos, pequeñas construcciones situadas en las alturas desde las que apaciguar los cielos amenazantes. Se creía que rayos, truenos y granizadas eran cosa de las brujas, que mandaban sobre las tormentas y las dirigían montando su escoba entre nubes negras. Dentro de cada bola de granizo, se decía también, hay un pelo de bruja.
Santa María la Mayor, como edificio santo y apostado en lo alto, tuvo que hacer frente a esos pánicos. Todavía en el siglo XVIII, sus esconjuradores observaban el cielo cada día, y tocando las campanas pedían a Santa Bárbara que les librase de tormentas y nubarrones diabólicos.
Pero la colegiata no es lo único que vale la pena en Alquézar. El casco histórico conserva la Iglesia de San Miguel, una hermosa plaza mayor porticada y varios de los llamados callizos, pasos cubiertos que, según se dice, permitían recorrer la villa entera sin pisar la calle. Una villa crecida en medio de los impresionantes barrancos y cañones del río Vero que, por si faltara algo, ocultan en sus cuevas pinturas de una mareante antigüedad.