En lugares como este siguen percibiéndose, dos milenios después, el orden y la disciplina de los ejércitos de Roma. No hay que olvidar que lo formaban hombres que eran enviados a luchar a los confines del mundo y que, tras marchas de treinta kilómetros cargados como mulas y en alerta constante, debían levantar un campamento de la nada, con su foso y su empalizada, para abandonarlo al día siguiente.
Sin embargo, las legiones también erigieron asentamientos permanentes desde los que controlar territorios y proteger las vías del imperio. El de Aquis Querquennis fue uno de ellos. Alojaba a varios cientos de legionarios en un recinto rectangular cuyo espacio estaba perfectamente dividido y definido: murallas con sus torres y puertas, barracones para la tropa, un hospital, graneros, canalizaciones y todo lo indispensable para cuidar a unos soldados que Roma necesitaba mantener vivos y sanos el mayor tiempo posible. Se ha especulado acerca de la unidad concreta que ocupó el complejo, y algunas teorías apuntan a una de las cohortes de la Legio VII Gemina, aquella que acabó dando nombre a la ciudad de León.