El perseguido Sanchicorrota, cuenta también la tradición, le calzaba a su caballo las herraduras al revés para despistar a las tropas reales, pero la suerte se le acabó cuando Juan II, harto de sus fechorías, reunió a doscientos hombres y los lanzó tras el bandido. Viéndose acorralado, Sanchicorrota sacó un puñal y se quitó la vida.
A día de hoy, el viejo galope de los bandoleros ha sido sustituido por las bicicletas y las botas de trekking. Pero sobreviven las leyendas, y algunas de ellas llegan a los castillos que en su día poblaron la comarca, como el de Peñaflor. Entre sus muros, se dice, fue encerrada Blanca de Navarra por negarse a desposar al príncipe de Aragón.
Más moderna es la historia del polígono de tiro, un terreno que el Ejército del Aire emplea para las prácticas de sus pilotos y que se encuentra en la parte central del parque. Algo que ha provocado protestas y polémicas y que se une, de cualquier modo, al relato de este inmenso territorio salpicado de agujas de roca, grutas de ladrones y extensiones vacías.
No está demasiado claro si las Bardenas Reales forman un paraje de ensueño o de pesadilla. Pero nadie podría permanecer indiferente en mitad de un lugar así.