CAAVEIRO

FRAGAS DO EUME

EL RETIRO DEL MUNDO
A Coruña

Hundidas en las Fragas do Eume, uno de los grandes bosques atlánticos que quedan en Europa, las viejas piedras de Caaveiro componen una de las estampas monacales más magnéticas de todo el territorio gallego.

Vista aérea del Monasterio de San Juan de Caaveiro © viamagicae

Hay en Galicia un buen número de monasterios que superan en mérito arquitectónico a este. Pero casi ninguno puede igualar la despampanante ubicación de San Xoán de Caaveiro, aislado en el fondo de un valle profundo y nebuloso al que, durante siglos, fue casi tan difícil llegar a pie como a caballo. Allí, en lo alto de un peñasco próximo al río y con una única entrada posible, dice la tradición que fundó San Rosendo el primitivo cenobio. Era la primera mitad del siglo X, y los ocupantes originales habrían sido anacoretas que, tras habitar en soledad por la zona, se reunieron entre estos muros para formar una comunidad.

Plagado de murciélagos y rodeado por una espesa y verdísima fronda, el lugar ha inspirado relatos sobre bandidos, raptos de doncellas y sucesos milagrosos. El más conocido es el que recuerda al austero Rosendo imponiéndose una penitencia por haberse quejado del mal tiempo en un momento de debilidad. El santo arrojó su anillo episcopal a las aguas del Eume y pidió a Dios que se lo devolviera cuando aquel pecado le hubiese sido perdonado. Pasaron siete años hasta que en las cocinas del monasterio se abrió la barriga de un gran pez cuyos intestinos contenían el anillo, y el obispo supo entonces que estaba en paz con las alturas.

Campanario barroco y ábside románico © viamagicae

En aquellos orígenes el cenobio se regía por la orden benedictina, y andando el tiempo recibiría favores, privilegios y donaciones que aumentaron su importancia y su independencia. Después, quizá en el siglo XII, adoptó la regla de san Agustín y llegó a tener la condición de colegiata, pero a las épocas de esplendor sucedieron las de decadencia. Con el XVIII llegó el abandono y el XIX devoró la construcción hasta su casi completa ruina.

Que la arquitectura actual de Caaveiro no resulte tan sobresaliente se debe en parte a los derribos y modificaciones que sufrió el complejo a finales del siglo XIX, pero aquellas fueron las obras que lo salvaron de la desaparición. Fueron promovidas por Pío García Espinosa, un abogado que poseía los terrenos de alrededor y quiso rescatar el conjunto.

Interior del recinto © viamagicae

Por desgracia, la buena salud del monumento no duró demasiado. De nuevo vacío y comido por la humedad, en los años setenta del siglo pasado se dio la voz de alarma y se inició el largo y complejo trámite que culminaría con su recuperación.

La estética de las piedras de San Xoán resulta armoniosa a pesar de sus mil y un avatares. De la iglesia monacal del siglo XII se conserva el espléndido ábside románico y también parte de la nave. El campanario barroco, la casa de los canónigos o la peculiar portada rehecha durante la reforma decimonónica se juntan para componer un monumento único que en su día no llamó mucho la atención de Francisco Franco. Parece que los salmones del Eume tenían muy ocupado al dictador cada vez que visitaba esta región.

Tímpano con el Agnus Dei © viamagicae

Concierto en el templo © viamagicae

Molino © viamagicae