La cabeza de esa abrupta lengua de tierra está partida en dos por una ensenada que forma la playa de Melide, una belleza de arenal arrimado a un pinar y separado de las Cíes por un par de kilómetros de azul marino. Seguramente es el lugar más amistoso de esta costa erizada de rocas que los marineros han temido desde antiguo. Fue ese temor lo que hizo nacer la leyenda de una criatura acuática que hundía los barcos, y cuyos enormes dientes aseguraban haber distinguido entre la espuma algunos supervivientes de naufragios. Se cuenta que un héroe logró acabar con el leviatán, y que las crestas rocosas que sobresalen de las aguas no son otra cosa que sus monstruosas púas petrificadas.
Unas piedras y una historia muy diferentes se encuentran en el monte do Facho, en Donón, que mira al océano desde la Costa da Vela. Vestigios de lejanos pobladores, santuarios y rituales, unidos a unas vistas estremecedoras, hacen de esta cima uno de los escenarios con mayor fuerza de todo el territorio gallego. Aquí, en un paraje apenas alterado por el hombre, perviven los dibujos que alguien trazó en la roca hace varios miles de años, y el rastro de la población que en la última Edad del Bronce cubrió estas laderas desde la cumbre hasta el pie.