El de San Cibrao de Las es uno de los más valiosos e impactantes ejemplares gallegos de lo que se suele llamar, con mayor o menor exactitud, ‘poblado fortificado’, y sobrevive en una zona plagada de restos del pasado remoto. Los arqueólogos sitúan su ocupación estable entre el siglo II antes de Cristo y el II de nuestra era, lo que significa que recibió el impacto de Roma y asimiló parte de su caudal cultural. Algo que parece reflejarse en la morfología de las construcciones y cierta planificación urbanística.
En este lugar, que debió de ser conocido como Lámbrica, hay estructuras elípticas y ángulos rectos; hay aljibes y fuentes, y hay ejes que ordenan la distribución de las casas. A vista de pájaro se aprecian con claridad dos óvalos amurallados concéntricos, el más pequeño de los cuales pudo estar destinado a almacenar víveres, a servir de espacio ceremonial o a otra función que desconocemos. Las viviendas, situadas entre las murallas de los recintos interior y exterior, se disponen a veces en torno a un patio para formar conjuntos que quizá daban servicio a grupos con vínculos de sangre.
Al igual que en otros yacimientos de semejante edad, en San Cibrao existen pequeños puntos de luz y una gran penumbra dominante. Se han hallado algunas inscripciones, una con el nombre de Júpiter y otras de difícil interpretación, como aquella en la que se ha querido ver una referencia a la diosa Navia. También han aparecido una estructura similar a un pedestal, sobre la que quizá se elevó una estatua, y multitud de restos de piezas cerámicas, algunas fabricadas entre estas murallas y otras muy lejos de ellas. Las preguntas se amontonan junto a las tres aspas del trisquel, un símbolo conocido cuyo origen tampoco se ha podido desentrañar.