Es comprensible, sin embargo, que las vertiginosas viviendas hayan cuajado como imagen icónica de la ciudad. Asomadas como están al abismo sobre la Hoz del Huécar, recuerdan el empeño de la Cuenca medieval por aprovechar hasta el último metro disponible de un espacio urbano asentado en lo alto de los riscos y abrazado por el curso de dos ríos.
Los impresionantes balcones voladizos de esas edificaciones de seiscientos años no son, de cualquier forma, lo único atrayente de una población histórica. Por ella pasaron cristianos, judíos y musulmanes y en ella existe una leyenda para cada esquina y cada piedra. La gran mezquita que hubo aquí fue derribada para levantar una de las más tempranas catedrales góticas de España; se empezó en el siglo XII, cuando el románico mandaba en territorios cristianos, pero los cortesanos normandos de Leonor de Plantagenet, esposa del rey Alfonso VIII, aconsejaron adoptar el nuevo estilo que se abría paso en Europa. Entre los muros del templo, cuenta la tradición, permanece escondido nada menos que el Santo Grial.