Algunos excursionistas, por imprudencia o desconocimiento, se aventuraron en el viejo y peligroso recorrido y hubo varios accidentes mortales. Se cerraron los accesos y se establecieron elevadísimas multas para evitar que las tragedias se repitieran, pero todas aquellas medidas parecieron aumentar el atractivo del desafío para un buen número de amantes del riesgo con un guisante por cerebro.
Entre la inconsciencia de los ‘youtubers’ y la nostalgia de los habitantes de la región por una de sus señas de identidad, se abrió paso, ya en el nuevo siglo, un proyecto de recuperación del camino que logró llegar a buen puerto. En 2015 se reabría al público la vertiginosa ruta, y poco tiempo después era mencionada por guías nacionales e internacionales como visita imprescindible para cualquier senderista con pedigrí. No, desde luego, por su longitud, ya que la parte más espectacular mide alrededor de tres kilómetros, sino por el asombroso escenario que forman las paredes de roca de la garganta y las aguas del río, un centenar de metros más abajo.