Comparten también un pasado ballenero en las aguas cantábricas y cierta inclinación a levantar santuarios que miran al mar, además de la exuberancia de unas mansiones indianas que todos los emigrantes a América soñaron con poder construir. Pero todo ello no deja de ser el trazo grueso, pues si algo abunda en estos contornos son enclaves singulares, cada uno de ellos con su propia belleza y su propio relato.
Es el caso de Liérganes, una villa cántabra que en tiempos fabricó cañones para la flota del viejo imperio español, y en la que se cuenta una inverosímil historia sobre un hombre pez que, al parecer, tuvo nombres y apellidos.
Es también el caso de Comillas, donde veraneó Alfonso XII y donde el joven Gaudí proyectó El Capricho para un rico indiano. O de Valderredible, en cuyo municipio dejó multitud de joyas arquitectónicas aquel románico que penetraba rápidamente por la ruta a Compostela.