LAS MÉDULAS

EL ORO DE ROMA
El Bierzo – León

Sobrevive en El Bierzo un impactante paisaje rojizo cuyas montañas parecen haber sido tronchadas con dinamita. Roma no disponía de ella hace dos milenios, pero no le hizo falta para construir una mastodóntica obra que extraía oro de la tierra leonesa y lo inyectaba en las venas del imperio.

Vista de Las Médulas desde el mirador de Orellón © viamagicae

Antes de que las legiones llegaran a tierras de galaicos y astures, los romanos tenían vagas noticias de aquella región misteriosa al noroeste de Hispania. Se decía que en sus cumbres el viento preñaba a las yeguas, y que estas parían después caballos velocísimos. Se decía también que por allí serpenteaba un río capaz de borrar la memoria de los hombres, y que el oro aparecía en la superficie a poco que se arañase con el arado.

Durante los tiempos del emperador Augusto, sin embargo, aquellos mitos ya no servían; sobre todo el último y más importante. Era verdad que en la región había oro, y en este preciso lugar más que en ningún otro. Pero para conseguirlo hacía falta abrir la barriga de la tierra, como ya sabían las tribus indígenas que habían precedido a los del Lacio en la actividad minera.

Mirador de Orellón © viamagicae

Esas tribus, en cualquier caso, no eran Roma. El imperio necesitaba del precioso mineral, y no estaba falto de audacia ni de ingenieros para acometer una obra titánica que garantizase oro y más oro a las arcas imperiales. Hubo que perforar la piedra de los montes con cientos de kilómetros de galerías, para que discurriera por ellas el agua proveniente de las colinas de mayor altura. La red incluía depósitos en los que se acumulaba el líquido que, en el momento preciso, se liberaba inundando los túneles y penetrando hasta las entrañas del terreno. Así se lograba un derrumbe controlado de la montaña que permitía lavar la tierra y extraer el oro. Algo mucho más sencillo de explicar que de hacer, porque de varias toneladas de material solo se obtenían unos pocos gramos de metal amarillo.

Trabajaron allí miles de hombres que picaban la roca en negros pasadizos y pasaban semanas enteras sin ver la luz del sol. Pero la explotación, la mayor mina aurífera a cielo abierto de todo el imperio, conseguía su propósito, así que se mantuvo activa hasta algún momento del siglo II, o quizá del III. Entonces fue abandonada, y se discute si la causa de ese abandono pudo ser la pérdida de valor del oro o el agotamiento del mineral. El caso es que el complejo se dejó de usar, y la naturaleza volvió a hacer suyo aquel paisaje desgarrado por la acción del hombre. Las Médulas se cubrieron de vegetación frondosa, y los robles y castaños formaron un mar verde y espeso del que hoy siguen emergiendo multitud de rojos pedazos de montaña.

Vista de las Médulas © viamagicae

La Cuevona y La Encantada © viamagicae

La compleja y faraónica obra hidráulica de Las Médulas modificó para siempre la orografía de la región. Junto a las extrañas formas rocosas producidas por el sistema que Roma llamó ruina montium, toda aquella actividad aurífera hizo aparecer llanuras, lagunas y lagos donde no los había. Y en el fondo de uno de esos lagos, el Somido, dice la leyenda que descansa la espada de Roldán, un héroe franco cuyas historias trajeron aquí, quizá, los peregrinos que iban camino de Compostela.

Vista de las Médulas [1] © viamagicae

Cuevas © viamagicae

Cuevas [1] © viamagicae

Cuevas [2] © viamagicae

Galerías Romanas © viamagicae

Paisaje © viamagicae