MONASTERIO DE SANTA MARÍA DE RIPOLL

LA SEMILLA MEDIEVAL DE CATALUÑA
Girona

Si hay monumentos grandiosos y monumento simbólicos, el monasterio gerundense de Santa María de Ripoll pertenece, sin duda, al segundo tipo. Por su antigüedad y su peso en la historia de la naciente Cataluña, y también por custodiar los restos del legendario Wifredo el Velloso.

Portada románica de Santa María de Ripoll © viamagicae

Los dominios islámicos casi alcanzaban los Pirineos a finales del siglo IX, pero el poder franco y su famosa Marca Hispánica hacían de freno a la expansión musulmana. En mitad de aquel avispero, Wifredo el Velloso fue capaz de consolidar varios condados y logró desmarcarse de los carolingios al tiempo que combatía con la media luna. Repobló la tierra de nadie que se extendía entre los guerreros del norte y los del sur, y en su ansia repobladora también fundó monasterios. El más importante de todos, el de Ripoll, hacia el año 880.

Wifredo moriría en una de tantas batallas fronterizas. Sus territorios pasaron a sus hijos iniciando un linaje condal, y su figura sería después encumbrada y mitificada en lo que se considera primera historia de Cataluña.

Lo curioso es que esa historia, que se llamó Gesta Comitum Barcinonensium, fue escrita en el siglo XII en Santa María de Ripoll, el monasterio que el mismo Wifredo había fundado. El lugar se había convertido en uno de aquellos centros monacales dedicados a copiar y producir manuscritos para intentar salvar la agonizante cultura del viejo mundo.

Cristo entre ángeles © viamagicae

El antiguo y culto monasterio fue atravesando los siglos entre reconstrucciones y ampliaciones, a medida que su poder e influencia iban aumentando. Sin embargo, las piedras de Ripoll no son hoy las que fueron. En 1428, el edificio quedó maltrecho por culpa de un terremoto, aunque se pudo reparar y alargó su vida hasta la desamortización del XIX. Llegaron entonces el abandono, los incendios, los saqueos y la ruina, y pasarían décadas hasta que se afrontase una restauración del complejo.

Esa restauración tuvo lugar a las puertas del siglo XX, y cambió profundamente la fisonomía de la iglesia, pero el testimonio de los tiempos pasados se mantuvo en los capiteles del claustro y, sobre todo, en el monumental pórtico románico, uno de los mayores tesoros del estilo en tierras catalanas.

Fachada de la iglesia, escenas del pórtico © viamagicae

El pantocrátor y los símbolos de los evangelistas presiden ese soberbio conjunto de episodios bíblicos esculpidos en piedra que recuerda a los arcos de triunfo romanos y da una idea del esplendor vivido por el monasterio hacia el siglo XII. Esplendor en la arquitectura, en la riqueza de las obras producidas por su scriptorium y en la gestación histórica de la identidad catalana.

Continúa esa identidad muy ligada a la figura de Wifredo el Velloso, cuyo sepulcro cobijan los muros de Ripoll junto a los de otros condes de Barcelona. Al relato medieval de su leyenda se unió, siglos más tarde, el que narraba el origen de las cuatro ‘barras de sangre’ que forman hoy parte de la bandera de Cataluña. Se dijo que durante una batalla contra las huestes normandas, el emperador de los francos había mojado sus dedos en las heridas del bravo Wifredo y los había pasado sobre el escudo dorado del conde, fijando los colores de su emblema.

La tumba del Velloso y el propio monasterio de Ripoll retienen, así, la carga romántica de las historias del Medievo embellecidas e incorporadas, de una u otra forma, a la memoria de todo un pueblo.

Entrega de la ley © viamagicae

Escenas del pórtico © viamagicae

San Pedro y San Pablo © viamagicae

Nave central de la iglesia © viamagicae

Lápida del obispo Morgades © viamagicae

Claustro © viamagicae

Capiteles © viamagicae

Tumbas en las necrópolis © viamagicae

Los ábsides © viamagicae

Fachada de la iglesia del monasterio © viamagicae