El Pindo comparte nombre con un monte de Grecia a cuyas cumbres, según la mitología, escaparon los centauros. Y nadie podría poner en duda que está a la altura de semejante topónimo. Las fantásticas formaciones de piedra que jalonan la ascensión no las han modelado el viento ni la lluvia; cualquiera sabe aquí que son resultado de encantamientos que dejaron petrificados a druidas, guerreros, obispos y demonios. Aunque también haya versiones que afirman que el Pindo no se formó como los demás montes; que es, en realidad, un gran meteorito que se rompió en pedazos y dejó este caos de granito amontonado a poca distancia del mar.
Pero aunque no resulte fácil distinguir qué ha hecho la naturaleza, qué la magia y qué el trabajo de los hombres, lo cierto es que las manos humanas actuaron aquí desde muy antiguo, y en la no tan lejana Edad Media se hincaron en el Pindo castillos de los que poco se sabe. El de San Xurxo debió de erigirse para defender la costa de los ataques piratas y terminó arrasado por la revuelta irmandiña en el siglo XV. Ni siquiera sus escombros escaparon a la fantasía que impregna todo el paraje, porque fueron movidos, removidos y escarbados para buscar el tesoro de la legendaria reina Lupa, a quien la tradición vincula también con este monte.