Parece que el topónimo ‘Ribeira Sacra’ se debe, en realidad, a un error de transcripción, y que el antiguo nombre de la zona venía a significar ‘Robleda Sagrada’. Algo que encaja con los bosques que aún hoy cubren las orillas del Sil y del Miño y con la veneración que, según se dice, sentían por el roble los viejos pobladores prerromanos.
Aquel aliento simbólico se mantuvo de una u otra forma a través de los siglos. Roma cubrió de bancales y viñas estas pendientes, y exprimió sus uvas para producir un vino que era reclamado por los mismos césares. Después, cuando las águilas imperiales abandonaron Galicia, la región acogió a hombres santos que venían a mortificarse y consumirse en esta exuberante naturaleza. Aquellos anacoretas acabaron juntándose en pequeños grupos y fundando primitivos cenobios como San Pedro de Rocas, y más tarde empezaron a brotar iglesias y monasterios románicos que, salpicados por toda la ribera, le añadieron cierto aspecto de ensoñación.