Aún le queda una vida a la vieja e ilustre Segóbriga. El desmoronamiento del imperio va seguido de la ascensión de los visigodos, que ocupan el lugar, construyen basílicas y vuelven a utilizar la necrópolis romana. Parece una oportunidad para que la población permanezca agarrada al curso de la historia, pero la invasión musulmana le va a dar el golpe de gracia. Las clases gobernantes huyen hacia el norte y las venerables piedras de Segóbriga quedan abandonadas y van enterrándose, poco a poco, en el olvido. Mucho más adelante, con la tierra de nuevo en manos cristianas, algunas de esas piedras serán usadas en varias construcciones de las cercanías.
Habrá que esperar al Renacimiento para que el médico y humanista Luis de Lucena visite el lugar y llame la atención sobre sus ruinas, que tiempo más tarde, ya en el Siglo de las Luces, se empezarán por fin a excavar.
Hoy, a unos ochenta kilómetros de la ciudad de Cuenca, se levantan los restos de aquellos edificios que fueron concebidos para durar eternamente. Pero además del teatro, que todavía acoge representaciones, de las termas, del anfiteatro y de las demás maravillas romanas, queda una necrópolis celtíbera y una basílica visigoda en la que fueron enterrados dos obispos cuando empezaba la brumosa Edad Media. No parecen pocos motivos para acercarse hasta aquí, ¿verdad?